JUAN MONTALVO Y LA JUVENTUD


                                                *César Agusto Alarcón Costta

                                       “La suerte de un pueblo está en manos de los jóvenes”, dijo Juan Montalvo en su obra “LAS CATILINARIAS”. El término “suerte” que utiliza en su frase no debe entenderse como el puro azar o la ausencia total de causa y fin en los acontecimientos, sino como aquello que puede o no ocurrir, dependiendo de las decisiones que se tomen, y sobre todo, de lo que se haga o  se deje de hacer. Montalvo rescata para el ser humano la condición de auténtico sujeto y protagonista de su historia.

                                         Comprendida así, la historia humana, como consecuencia de acontecimientos, en cada uno de sus episodios, no refleja otra cosa que la naturaleza humana con todas sus virtudes y defectos, fortalezas y debilidades, atributos y carencias, limitaciones y potencialidades. Este es precisamente el criterio de Juan Montalvo. No subyuga ni somete al ser humano a la fatalidad de una predestinación extraña que lo disminuya a una condición subalterna.
                                           De esta caracterización del Cosmopolita se derivan tres conceptos fundamentales, primero la inteligencia, segundo la responsabilidad y tercero la soberanía. Montalvo tiene confianza total en los jóvenes ecuatorianos porque sabe de su inteligencia, de su capacidad de discernimiento y de su ingenio para resolver problemas y orientar correctamente sus pasos. Confía en su talento para estudiar, aprender y comprender la ciencia y la filosofía.

                                           En torno a la responsabilidad, cuando Montalvo dice: “La suerte de un pueblo está en manos de los jóvenes”, les reconoce como responsables de lo que pasa en el presente y en el futuro con la Patria. Esta precisión es extraordinariamente significativa en el contexto de la educación de la juventud. No trata a los jóvenes desde una perspectiva paternalista que les subestime y sobre proteja como si fuesen minusválidos, sino como autores que deben responder por las consecuencias de sus actos. Esto ubica al joven en su verdadera dimensión. Él es el emprendedor que debe, quiere, puede y de hecho construye la trayectoria de su pueblo. El joven es el autor de la historia porque tiene la energía, el coraje, la inteligencia y la iniciativa para hacerlo. Quitarle este rol es condenarlo a la inutilidad y convertirlo en una especie de robot autómata de un drama cuyo libreto ya estaba escrito de antemano.

                                  Responsabilidad es responder por las decisiones tomadas y asumir sus consecuencias. Ser responsable es encarar con entereza los resultados generados, es mantener firme y dar la cara con la frente en alto a los efectos que vengan. Esto ubica a la juventud en la primera fila de los acontecimientos y desde esa condición no hay posibilidad de eludir  el juicio de la historia. Mientras otros pensadores tergiversan la naturaleza del ser humano y lo exoneran de su responsabilidad histórica, resignándolo a un triste papel de actor de cuarta categoría, Montalvo recupera la verdadera dimensión y trascendencia de la condición humana.

                                 En cuanto a la soberanía popular, perdería totalmente su significado si no se reconociese que es el propio pueblo que, siendo libre e independiente, posee la capacidad de audeterminarse y gobernarse; esta posibilidad expresa de la condición de “dueño de su suerte”.        ¿Cómo hablar de la soberanía si se piensa que la historia está predeterminada por factores extraños al ser humano? Montalvo no enajena la historia ni expropia los atributos humanos. El pensamiento de Montalvo es liberador, porque pone al joven de frente ante la historia como el visionario que contempla el horizonte infinito y como el misionero que asume la tarea de alcanzar su autorrealización integral. Así dignifica y empodera a los jóvenes.

                                La juventud, sin perder la conciencia de sus raíces y de sus circunstancias concretas, debe tener muy clara su visión del futuro. El pasado ya lo hicieron sus ancestros, el presente es un fugaz instante que pasa tan pronto como llega, el futuro es la tarea pendiente en ese paradójico escenario que es la realidad, donde la certidumbre y la incertidumbre confluyen como probabilidades latentes. El pasado nos identifica, el futuro nos convoca. La sociedad del siglo XXI no está determinada por la cuantía de los recursos naturales que existen en cada país, tampoco lo está por la superficie de su territorio ni el número de sus habitantes. Hoy las diferencias se marcan por lo que pueda hacer su gente en los ámbitos de la ciencia, la tecnología y los valores espirituales. El tercer milenio es el tiempo de las computadoras, la robótica, la comunicación satelital, la telefonía celular, la información, la biotecnología, la ingeniería genética y al mismo tiempo de los principios, los valores y las virtudes que inspiran a cada pueblo.

                                Montalvo demanda estudiar la historia para que la juventud pueda nutrirse de las épicas jornadas, de sus grandes protagonistas para aprender de las lecciones que le enseñan a evitar errores y optimizar los recursos, para que comprenda que el camino es de lucha ardua y tenaz, para que los jóvenes conozcan las estrategias exitosas, pero sobre todo para tener presente los ejemplos de los extraordinarios desafíos y triunfos de los ecuatorianos vencedores: Atahualpa liberando a la Patria sometida por los invasores incas; Pedro Vicente Maldonado deslumbrando con sus conocimientos a los geodésicos de la Misión Francesa del siglo XVIII; Espejo como el precursor de la Independencia Hispanoamericana; Mejía Lequerica, el gran orador de las Cortes de Cádiz; Abdón Calderón que a los dieciséis años de edad se enroló en el Ejército Libertador y fue combatiente y abanderado desde las batallas de Camino Real, Tanizahua y Huachi hasta Pichincha del 24 de mayo de 1822, donde murió gloriosamente; las Cinco Manuelas: Manuela Sáenz, Manuela Cañizares, Manuela Garaycoa, Manuela Espejo, Manuela León. En Ambato, la Patria ha brillado con los Tres Juanes: Juan Montalvo, Juan León Mera y Juan Benigno Vela. Tungurahuenses se han destacado en todos los ámbitos: Oscar Efrén Reyes en la Historia, Pablo Arturo Suárez en la Medicina, José María Urvina, el Presidente que manumitió a los esclavos; Luis A. Martínez, el escritor; los hermanos Mantilla, fundadores de El Comercio; Luis Noboa Naranjo, el empresario.

                                  Para Montalvo el joven es un guerrero espiritual, un luchador pertinaz, es combatiente infatigable. En el segundo tomo de El Cosmopolita, escribe: “……..vivir es combatir, ya lo dijo un filósofo. La vida es la guerra: peleando vivimos, peleando morimos, y si fuera por nosotros, la tumba sería un campo de batalla”. La vida no es parálisis sino energía en movimiento, es ímpetu desafiante que conquista, descubre, innova. La vida no es dejarse vencer por las dificultades o hacer inerte bajo el peso de los problemas.

                                       Hubo un tiempo en que los pueblos se enfrentaban en los campos de batalla con espadas y flechas, luego fue con fusiles y cañones, a continuación llegó el tiempo de los misiles y los proyectiles nucleares. Sin ignorar las confrontaciones que hoy mismo riegan de sangre países de Asia y África, es indispensable darse cuenta, que el principal campo de batalla de nuestra época es el conocimiento y la información. Hoy los pueblos triunfan o sucumben en el campo del saber. Las posibilidades para los jóvenes de hoy dependen del nivel de conocimientos que posean y de los valores que practiquen.

                                       “La ignorancia no protege sino el vicio; la sabiduría general abraza, calienta e incuba eficazmente esa grey divina que con nombre de filósofos, sabios, poetas y artistas ha ilustrado algunas épocas felices y algunas porciones del género humano”(DE “EL COSMOPOLITA”). En la sociedad del conocimiento y la información, la cadena de la esclavitud es la ignorancia.

                                          Si antes había que prepararse en el manejo de la espada, la ballesta o la metralla, ahora las armas son los conocimientos y la información. El joven de hoy debe ser un auténtico guerrero por su voluntad y coraje para desentrañar lo desconocido, despejar las incógnitas, revelar los misterios, generar conocimiento científico, desarrollar la tecnología, formular nuevas teorías filosóficas, desarrollar programas de computación, destacarse en la literatura, brillar en el arte, triunfar en el deporte.

                                 En 1886, a propósito de los discursos huecos, la palabrería inútil y las proclamas demagógicas que enredan y confunden a los pueblos con ofertas baratas y sainetes, escribió la siguiente reflexión (“DIARIO, CUENTOS ARTÍCULOS”) : “Mucha política, mucha discusión, mucha revolución, mucha regeneración, mucha libertad, mucha igualdad, mucha fraternidad; mucha filantropía, mucha tiranía, mucha picardía; mucho progreso, muchas leyes, mucha guerra; poco estudio, poco amor a la naturaleza, poca sabiduría, ninguna cordura, tal es nuestro temperamento”. En estos términos contrastó el espectáculo politiquero frente  a lo que debe ser una política seria dirigida a promover el desarrollo nacional. Montalvo nunca concilió con la mentira, no admitió la manipulación de la conciencia, no se acomodó a los manejos de los oportunistas de turno. Denunció con firmeza la charlatanería farandulera urdida perversamente por las camarillas que asaltan el poder. Su palabra es inexorable a la hora de identificar la debilidad que nos agobia: “poco estudio, poco amor a la naturaleza, poca sabiduría, ninguna cordura”. Palabras de vigencia permanente, severo llamado de atención, rigurosa exhortación a todos y cada uno de los ecuatorianos. El problema no está en las palabras que se dicen sino en las acciones que se cumplen. El futuro no se construye con promesas fáciles sino con esfuerzo diario. No se trata de simples intenciones sino del estudio riguroso y profundo, para que nuestros jóvenes estén, por sus conocimientos, a la altura de los jóvenes de los países más desarrollados.

                                           Montalvo veía con claridad la importancia de la educación como plataforma de proyección y construcción del futuro. La juventud tiene el derecho a la mejor educación y debe exigirla, resignarse a la mediocridad es autoinmolarse. La libertad y la dignidad no tienen otro camino que la educación. La ignorancia es el seguro de los déspotas y demagogos. Someter a un pueblo es fácil cuando a sus hijos se les condena a una educación mediocre. Así los pobres nunca dejarán de ser pobres porque sus hijos y los hijos de ellos seguirán hundidos en la miseria.

                                            El joven no tiene porqué  conformarse con el segundo puesto y peor con ser uno más en medio del montón. Montalvo en su “DIARIO DEL DESTIERRO”, el 1 de junio de 1870, en París anotó: “Ser el primero en cualquier parte: primero en la guerra, primero en las letras, primero en las virtudes”. Ser el primero en el estudio y en el trabajo para servir a la Patria y la humanidad, he ahí el propósito y la razón de la lucha de cada uno. ¿Por qué conformarse con ser el segundo, el tercero, el quinto o el décimo? ¿Por qué resignarse derrotado a los últimos puestos, cuando a base del estudio siempre es posible ser el primero?”
                                           Pero no basta el deseo, no es suficiente el propósito, se necesita fuerza de voluntad y coraje para conjugar en los hechos los verbos poder y hacer. Ya lo dijo el Maestro en su mismo diario:”El querer puede mucho, el querer con fuerza puede todo”.Pero esto exige de cada joven la convicción, el compromiso y la determinación de constituirse en líder de la historia, en conductor de su pueblo, en guía de sus hermanos.

                                              No se debe confundir rebeldía con irreverencia. Rebeldía es el derecho humano para enfrentar la opresión y defender la libertad. Irreverencia es el irrespeto ciego, la insolencia torpe, la ofensa grotesca que ultraja. Quienes promueven la irreverencia utilizan perversamente a la juventud como instrumento de destrucción. La confusión de los conceptos desemboca en la irreverencia para desatar la altanería, anular los principios y pisotear el respeto.

                                      Las inmortales palabras de Juan Montalvo resuenan a lo largo de los siglos  como un trueno: “¡Desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo!” (“LAS CATILINARIAS”).

                                              Jóvenes humildes con el tirano no son jóvenes, sino esclavos; si bajan sus cabezas y callan sus voces, no son jóvenes sino lacayos; si doblan sus rodillas y agachan sus frentes, no son jóvenes sino esbirros; si caen en la trampa del facilismo, no son jóvenes sino ineptos; si se pierden en medio de las diversiones incontroladas, no son jóvenes sino libertinos. La resignación es incompatible con la dignidad humana, la cobardía avergüenza a la especie, la claudicación degrada, la mediocridad deshonra.
                                               La rebeldía en el joven no es una opción, sino un derecho y una obligación. La rebeldía es legítima cuando nace de la indignación que se enciende en la juventud cuando ve a su Patria rezagarse mientras otros países avanzan, progresan y se convierten en potencias mundiales.                                       
                                      La juventud se caracteriza por el ímpetu desplegado en cada desafío, por la energía que pone en todas sus acciones, por la valentía que posee para enfrentar los peligros. La vejez en cambio, tiene la sabiduría para distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo correcto de lo incorrecto. Estos son los atributos ideales de la juventud y la vejez. En este sentido, el Dr. José María Velasco Ibarra dijo: “Si la juventud supiese, si la vejez pudiese, pero la juventud no sabe y la vejez no puede”. No se trata de un conflicto generacional absurdo, Juan Montalvo advirtió que: “Cada edad tiene su belleza”. Las canas son respetables cuando la honradez, la solidaridad, la lealtad, el patriotismo, la vocación de servicio y la responsabilidad han sido normas de vida. La juventud es un tesoro cuando ella es estudio, trabajo, disciplina, sacrificio, esfuerzo.
                                              El ser humano es un emprendedor por naturaleza y la juventud es precisamente sinónimo de emprendimiento. No importa la edad, quien tiene el coraje para emprender, es joven. En cambio, si se inmoviliza, cae en el conformismo, se siente agobiado por el aburrimiento o no tiene la fuerza para asumir retos y enfrentar las dificultades, es viejo. No es el número de años sino el espíritu emprendedor el que diferencia a la juventud de la vejez.                 
                                              La historia de  las naciones registra momentos de gloria y momentos de tragedia. En los primeros resplandece el liderazgo de los héroes, en los segundos se impone el gobierno de los corruptos. En los primeros la dinámica social se conduce con el sentido de la construcción en el segundo de retroceso. “Cuando todo esté perdido en ese país, algunos jóvenes saldrán con las insignias de la patria ocultas en el pecho, y salvarán la libertad y la civilización. Jóvenes, oh jóvenes, vivid, creced, salvad la Patria! “

*El autor de este escrito es César Augusto Alarcón Cossta, Dr. en Jurisprudencia. Historiador. Escritor. Biógrafo. Miembro de la Confederación Nacional de Periodistas de Opinión.  Estudioso de la vida y obra de Don Juan Montalvo. Ponente destacado en los Coloquios Montalvinos que se realizan cada año.

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